Es viernes por la noche y estoy sentado frente a la computadora; ha pasado ya un buen tiempo desde que terminé mi voluntariado en la punta. He vuelto a casa, a la universidad, a mi rutina; se podría decir que todo volvió a ser exactamente como antes y, a la misma vez, no. Para mí, todo lo vivido en la reserva transcurrió muy rápido, pero también despacio. Poder escribir sobre mi experiencia en la Punta San Juan hace que me sienta envuelto por numerosos sentimientos.
Todo empezó cuando vi la convocatoria del voluntariado de Necropsias de Mamíferos y Aves marinas. Desde el momento en que lo vi sentí un gran interés por postular, aún cuando nunca pensé que llegaría a ir. Pero, finalmente todo se dio; presenté mis papeles y di la entrevista, pasó una semana y nada; entonces llegó el mensaje por correo, que decía que me aceptaban como parte del voluntariado. Fue un momento de mucha felicidad.
Todo empezó cuando vi la convocatoria del voluntariado de Necropsias de Mamíferos y Aves marinas. Desde el momento en que lo vi sentí un gran interés por postular, aún cuando nunca pensé que llegaría a ir. Pero, finalmente todo se dio; presenté mis papeles y di la entrevista, pasó una semana y nada; entonces llegó el mensaje por correo, que decía que me aceptaban como parte del voluntariado. Fue un momento de mucha felicidad.
Acabó el ciclo en la universidad y alisté maletas. Partí un 12 de julio hacia Marcona y luego de una larga travesía y de tomar 3 buses, llegué. Tengo que confesar que en un inicio la ciudad de Marcona me causó una gran impresión debido a su infraestructura tan distinta a la de otras provincias del Perú que he podido ver.
Me recogieron de la terminal y llegamos a la reserva cuando ya casi oscurecía. Desde el momento en que llegué quedé fascinado con la vista de la playa y los lobos marinos que apenas se veían, gracias al reflejo de la luna. Esa misma noche conocí a los demás voluntarios; Luciano Regis, Félix Ayala y Estefanía Torrejón, con los que entablé una buena amistad.
A la mañana siguiente hice mi primer recorrido por la punta junto a Paulo, quien me enseñó las diferentes playas y el lugar donde se concentraba la mayor cantidad los lobos finos y chuscos. Paulo también me enseñó el arte del sigilo en la punta, que consiste en caminar tan lento como se pueda para evitar asustar a los animales, especialmente a los pingüinos y pelícanos. Hubo veces en que podía tardarme casi media hora cruzar una distancia que, en otras circunstancias, podría cruzar en tan solo un par de minutos. Aunque, si se pudiera hablar de un maestro del sigilo y la poesía, ese sería sin lugar a dudas el Señor Moreno, que quizá es uno de los cuidadores de ANP (Áreas Nacionales Protegidas) con más experiencia en el Perú.
Me recogieron de la terminal y llegamos a la reserva cuando ya casi oscurecía. Desde el momento en que llegué quedé fascinado con la vista de la playa y los lobos marinos que apenas se veían, gracias al reflejo de la luna. Esa misma noche conocí a los demás voluntarios; Luciano Regis, Félix Ayala y Estefanía Torrejón, con los que entablé una buena amistad.
A la mañana siguiente hice mi primer recorrido por la punta junto a Paulo, quien me enseñó las diferentes playas y el lugar donde se concentraba la mayor cantidad los lobos finos y chuscos. Paulo también me enseñó el arte del sigilo en la punta, que consiste en caminar tan lento como se pueda para evitar asustar a los animales, especialmente a los pingüinos y pelícanos. Hubo veces en que podía tardarme casi media hora cruzar una distancia que, en otras circunstancias, podría cruzar en tan solo un par de minutos. Aunque, si se pudiera hablar de un maestro del sigilo y la poesía, ese sería sin lugar a dudas el Señor Moreno, que quizá es uno de los cuidadores de ANP (Áreas Nacionales Protegidas) con más experiencia en el Perú.
Pero volvamos a los animales. Para mí fue una experiencia muy valiosa el poder observar el comportamiento de cada uno en una situación de completa libertad. Aprendí muchas cosas sobre ellos, desde la dedicación y fidelidad que tienen los pingüinos con sus nidos hasta la astucia que tienen las gaviotas para conseguir su alimento. Toda la vida en la reserva respira una tranquilidad que quizá tuvo hace cientos de años en otras partes del litoral pero que ahora, por diversos motivos, solo puede obtener ahí.
Como parte del trabajo de voluntariado salía todas las mañanas al campo desde muy temprano y también por las tardes, para realizar la revisión de las playas. Pero antes de ver esto como un trabajo lo veía como una aventura diaria; esquivar a los grupos de pingüinos, encontrarme acorralado por muchos de ellos, evitar espantar a los pelícanos y a los lobos marinos… cada una de estas cosas se convirtió en mi misión de cada día. Muchas veces cuando regresaba de la última revisión de las playa del día, me demoraba un poco más solo para observar la puesta del sol y el regreso del Guanay, y también para descansar mientras escuchaba los sonidos de los animales en armonía con el sonido del mar.
Como parte del trabajo de voluntariado salía todas las mañanas al campo desde muy temprano y también por las tardes, para realizar la revisión de las playas. Pero antes de ver esto como un trabajo lo veía como una aventura diaria; esquivar a los grupos de pingüinos, encontrarme acorralado por muchos de ellos, evitar espantar a los pelícanos y a los lobos marinos… cada una de estas cosas se convirtió en mi misión de cada día. Muchas veces cuando regresaba de la última revisión de las playa del día, me demoraba un poco más solo para observar la puesta del sol y el regreso del Guanay, y también para descansar mientras escuchaba los sonidos de los animales en armonía con el sonido del mar.
Ya después, los días parecieron pasar muy rápido entre los trabajos de las necropsias y las rondas, y gracias a Felix logré aprender casi todos los nombres científicos de las aves que veía en la reserva. Hubieron interesantes discusiones de artículos, pichangas de fulbito con algunas lesiones inesperadas, pasaron las fiestas patrias, una luna azul y mi cumpleaños.
Entonces caí en la cuenta de que ya quedaban pocos días para que regresara a Lima. Se dieron los últimos arreglos a los trabajos que hice y finalmente llego el día de partir. Marco me acompaño a la terminal y regresé a Lima. Como dije, todo volvió a ser igual que antes, solo que esta vez todas las anécdotas vividas se quedaron conmigo y serán recuerdos que llevaré en mi mente cada vez que cierre los ojos o vea el mar.



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